Cómo tener un perro y no perder la cabeza.

Contradicciones, humanización y “afectivismo” mal entendido sobre la figura del perro.

En el año 1999, ya avisé en el epílogo de mi libro “Cómo tener un perro y no perder de la cabeza” que se nos venía encima una generación de perros, como la entonces llamada generación X,  atribuida a los muchos niños y adolescentes crecidos en los 90, cuyos perros se habían visto contagiados de estas mismas características, y a los que hoy  denomino: la generación perdida.   

Decía ese texto hace 21 años…   

He llegado a pensar que existe una generación de perros que aquejan de los mismos defectos que atribuimos a muchos jóvenes pertenecientes a la llamada generación X: frustración, agresión, exceso de todo y falta de adaptación. Los niños y jovencitos de la postguerra que crecieron bajo estrictas normas de convivencia, extraídas de la “ más pura moral franquista”, aquellos que fueron los hippies de los 60, “ progres” en los 80 y algunos  liberales y  conservadores en los 90 , parieron una generación de jóvenes, hoy perdidos y frustrados, a los que por miedo a imponerles una estricta disciplina ,fruto de sus recuerdos, les dejaron elegir cuando todavía no sabían decidir, les dejaron hacer cuando todavía no sabían estar. De esta  forma, se dio rienda suelta a unos instintos cuando estos todavía no estaban maduros, y muy pocos se atrevieron a dar esa  “bofetada paterna”, receta casera de antaño, que recibió más de un ilustre personaje.

Y es que los perros ¡también tienen su generación x! Los hambrientos y apaleados canes de la postguerra han pasado a ser mimados y besados a finales de siglo, nadie se atreve a quitarle el hueso al “Rey de la casa”, y ¡ Ojo, que a nadie se le ocurra pegar a su “Tobi”! Vivimos en una sociedad “light”, compensación quizás de esa sociedad dura que quedó en el recuerdo de nuestros mayores, donde a los perros se les trata como a niños y donde sus instintos se desatan, se desvían y se corrompen en hábitats de ruido, humos y hormigón,  y donde su víctima es paradójicamente su verdugo: el débil e indefenso hombre.

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Como pueden observar, este texto hacía presagiar la llegada de la situación actual, donde los perros, como consecuencia de la educación de sus dueños, se ven “perdidos”, estresados y desubicados en un mundo humano desequilibrado en emociones y el cual parecen no entender.

El animalismo actual, ignorante y humanizado, ha llegado con fuerza a la opinión pública y ha dejado un poso de sin sentidos, contradicciones, humanización y “afectivismo” mal entendido sobre la figura del perro. Parece que a nadie le interesa saber cómo se hace feliz a un perro, sino solo creer en que si utilizamos los mismos parámetros de la búsqueda de la felicidad humana, acertaremos. ¡Nada más alejado de la realidad!

Hacer creer que los perros piensan, que desarrollan sentimientos como la venganza, la culpa, el odio o el amor es un negocio rentable para el periodismo, el cine y la TV. Incluso algunos “profesionales” del perro se aprovechan de esta situación, con el fin de dar al cliente lo que espera recibir y oír, en forma de ofrecer reclamos comerciales de supuestos métodos sumergidos en el mundo de las pseudociencias. Los grandes del adiestramiento mundial, donde se encuentran grandes del adiestramiento deportivo de competición, creadores de conceptos y métodos que luego exportan al resto de las especialidades caninas, no participan de ese debate estéril,  pero trasladan sus conocimientos con mucha menos fuerza que cualquier tertuliano de TV. ¡La ciencia es fría y no vende titulares!.

Nadie duda que el adiestramiento moderno actual se basa en procedimientos basados en el refuerzo positivo y en el condicionamiento de las emociones del perro, pero también ningún adiestrador formado y experimentado duda que, en la modificación de conducta, en ocasiones es necesario aplicar otros procedimientos basados en el reforzamiento negativo, en la presión activa/pasiva (Helmut Raiser), en el célebre Ne.Po.Po (Bart Bellon) o en los “castigos ambientales”.Y esto, bien aplicado, no es maltrato, es simplemente intentar solucionar los problemas a perros y dueños, para que de esta forma sean más felices juntos.

¿Cuántos perros son abandonados, maltratados o confinados en una perrera de por vida, por el simple hecho de que sus dueños fueron incapaces de educarlos o controlarlos cuando fueron cachorros?   

Durante los últimos años he recibido en consulta a numerosos dueños que habían educado a sus perros  en la permisividad y bajo la palabra “pobrecito”.  Confundían acariciar al perro, sacarle a pasear y darle de comer con crear un correcto vínculo. Dueños incapaces de controlar a su perro, de poderles quitar un hueso de la boca, porque les mordían, y de terminar convirtiendo a sus canes  en “falsos dominantes”. Y todo esto es producto de una inadecuada, humanizada y equivocada educación desde que son cachorros y en la utilización errónea de determinadas técnicas popularizadas y mal entendidas.

Un ejemplo de esto es intentar aplicar el llamado entrenamiento por omisión en la solución de respuestas basadas en el condicionamiento clásico: biológicas, emocionales o instintivas. Es decir, ignorar la conducta para que deje de producirse, o crear decepción para que no prosiga con la conducta inadecuada.  Hasta el propio Premack  lo dijo en su principio basado en este tipo de entrenamiento en omisión y explicaba que solo se podía aplicar en conductas basadas en el condicionamiento instrumental. Es decir, intentar que el hambriento perro de Pavlov deje de salivar al ver la comida, no dándosela nunca tras múltiples presentaciones, resultaría una tarea infructuosa para eliminar la salivación. Ya que ésta no se eliminará nunca, pues se trata de una conducta meramente biológica provocada por un estímulo incondicionado.   Al contrario por ejemplo, es fácil conseguir que un perro deje de  golpear una puerta, ya que en este caso la conducta instrumental si puede ser modificada por un entrenamiento basado en la omisión del refuerzo positivo.  

Por lo tanto, no todo proceso educativo se soluciona  únicamente a través de la entrega o la ausencia de premios, en ocasiones debemos bloquear la conducta a través de un estímulo negativo que permita el paso hacia la conducta desviada o corregida y de esta forma obtener el premio. Pero los conocimientos en aprendizaje en animal no están en la lectura habitual de muchos propietarios de perros, incluidos algunos adiestradores. A  final, la clave será la elección de un adiestrador con experiencia y formación, y en cualquier caso, el sentido común de ponerte en el nivel del perro, lo que yo denomino “pensar en perro”,  y esto es lo que hará que algunos dueños puedan llegar a entender y educar a sus canes.  

En definitiva, la educación permisiva y humanizada de este comienzo del siglo XXI ha convertido a los perros de esta generación perdida en “déspotas” y «pasotas» de sus propios dueños, ejemplares desobedientes, agresivos o incontrolados hacia personas, niños u otros perros.  Y por desgracia, ante este problema en la convivencia con sus dueños, se ha visto aumentando el número de abandonos.  

Más información pueden obtener en mi libro » Técnicas de Modificación de Conducta Canina» 6ª edición

Por Nacho Sierra